Cada lágrima rueda por un túnel sin salida. Aprendí a contener el llanto en un impulso soberbio por ahuyentar el sufrimiento de épocas adolescentes, y ahora estoy arrepentido. Estremezco frente a la mirada anciana que llora mi marcha, y se derrumba lo que soy. Me invade la impotencia, me ciega la desesperación, mis ojos aguan en una respiración inevitable, apuñalo la expresión que debe brotar, y me siento una mentira. Puedo aceptar el dolor aunque rechace la negligencia que lo fundó. Cada segundo, tras la despedida, lleno de melancolía, inseguro en el acto de emigrar y culpable del destino que elegí.
Han pasado seis horas. Merodea la sombra del recuerdo, del ahora, de la espera, de la duda y de no tenerla. La culpabilidad roe mis terminaciones nerviosas, y mi cabeza es un globo inevitable que se hincha. Mi frente más vieja. La esperanza nace como última bandera y principio de una reconquista sin fecha de caducidad. La mansión de los dolores no es más que el hospital donde está ingresado un ser inmensamente querido, y la mansión de los dolores me ha vuelto ha enseñar la mentira que vivimos, los contrastes entre déficit y opulencia, la impotencia de no ser superhéroe para darte mis poderes. Querida abuela, lloro en la distancia porque purifico el amor que te debo. Me enseñaste que la vida no tiene forma, que la experiencia puede ser mentira, y aprendí que lo abstracto es un motivo para construir sueños. Contigo las primeras palabras y besos de una infancia que ahora regresa. Ahora queda la incertidumbre de no conocer el futuro inmediato. ¡Detesto la mansión de los dolores y pido hospitales para el pueblo
Han pasado seis horas. Merodea la sombra del recuerdo, del ahora, de la espera, de la duda y de no tenerla. La culpabilidad roe mis terminaciones nerviosas, y mi cabeza es un globo inevitable que se hincha. Mi frente más vieja. La esperanza nace como última bandera y principio de una reconquista sin fecha de caducidad. La mansión de los dolores no es más que el hospital donde está ingresado un ser inmensamente querido, y la mansión de los dolores me ha vuelto ha enseñar la mentira que vivimos, los contrastes entre déficit y opulencia, la impotencia de no ser superhéroe para darte mis poderes. Querida abuela, lloro en la distancia porque purifico el amor que te debo. Me enseñaste que la vida no tiene forma, que la experiencia puede ser mentira, y aprendí que lo abstracto es un motivo para construir sueños. Contigo las primeras palabras y besos de una infancia que ahora regresa. Ahora queda la incertidumbre de no conocer el futuro inmediato. ¡Detesto la mansión de los dolores y pido hospitales para el pueblo


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